Viajar con caravana es una estupenda forma de viajar en libertad, en contacto con la naturaleza, viendo y experimentando cosas que no están al alcance de quien compra sus vacaciones en la agencia como quien compra una entrada para el cine. Hablo, claro está, de viajar, no de pasar las vacaciones en un abarrotado camping de playa. Hablo de conocer pueblos, ciudades, países. De perderte en Galicia, en Extremadura (buen lugar éste para perderte siempre que no sea verano) o en el Algarve, o de recorrer grandes distancias y cruzar fronteras con la ventaja que supone llevar tu casa a cuestas y sabiendo que gozas de la libertad de improvisar tu itinerario...
Yo he disfrutado durante bastantes años recorriendo buena parte de Europa con un remolque tienda, primero, y con una caravana, después. Por el precio que costaría un viaje organizado de una semana, he gozado de un mes entero de viaje cada año por Francia, Alemania, Bélgica o Suiza. He caminado sobre el glaciar Grossglockner, en Austria, he visitado las ruinas de Pompeya y he acampado a orillas del Moldava, cerca de Praga. Son experiencias que recomendaría a todo el mundo.
¿Tienda o caravana?
Si se tiene un coche pequeño y/o poco dinero no hay más remedio que recurrir a la tradicional tienda de campaña o al remolque tienda. Este último no es un mal invento. Para realizar viajes largos, presenta, frente a la simple tienda, además de la ventaja obvia de su mayor comodidad para dormir (ventaja que aprecias más con el paso de los años), la de que no ocupa lugar en el maletero del coche y permite cargar en su baca una parte del equipaje. Frente a la caravana, ofrece la ventaja de que con él tu coche irá mucho más desahogado y consumirá bastante menos combustible. Pero sus desventajas son importantes: montar y desmontar la tienda cada día es trabajoso y requiere un tiempo considerable, la lona no te aísla de los ruidos exteriores y tampoco del frío si es invierno, y no dispones de frigorífico ni de armarios donde llevar colgada la ropa. La caravana te ofrece todas estas comodidades y muchas otras: tendrás tu retrete particular (que podrás usar también durante los trayectos por carretera), podrás disfrutar de un calefactor eléctrico en invierno (eso si tu caravana no cuenta con calefacción a gas), etc. Y si utilizas un toldo de viaje en lugar del clásico avance, las tareas que tienes que realizar al llegar a destino son mínimas: sacar las cuatro patas de la caravana, colocar el toldo y sujetarlo con cuatro vientos. Y conectarte a una toma de electricidad, claro. Si vas de paso y no aprieta el calor, puedes incluso ahorrarte el montaje del toldo.
¿…o autocaravana?
Las autocaravanas están cada día más de moda. Tienen ventajas evidentes e indudables, pero presentan también un grave inconveniente: si dejas el vehículo en el camping te quedas sin medio de transporte, y si te llevas el vehículo tendrás, en la mayoría de los casos, que pasar por caja para pagar antes de salir y, además, perderás tu plaza en el camping y tendrás que pedir otra a la vuelta. Y, para colmo, encontrarás graves problemas de aparcamiento (si se te había pasado por la cabeza la idea de dejar ese enorme trasto en un parking de pago cualquiera, olvídala). La mayoría de los que viajan en autocaravana cargan con un par de bicicletas o con una moto para los desplazamientos in situ. Para ciertos tipos de viaje y en ciertos países, esa puede ser realmente una buena solución. Pero a mí no me gusta estar limitado en mis desplazamientos, y prefiero utilizar el coche habiendo dejado la caravana instalada en el camping.
Conducir remolcando una caravana no es difícil. Incluso a veces te olvidas de que la llevas, lo que puede resultar peligroso. Eso sí, cuando la carretera se pone cuesta arriba te ves obligado a utilizar el cambio de marchas y tienes la sensación de que se ha vuelto enormemente pesada. Por cierto, nunca se te ocurra intentar remolcar una caravana grande con un vehículo de escaso peso y poca potencia. Lo ideal es justo lo contrario: remolcar una caravana pequeña (de las de cuatro plazas) con un coche lo suficientemente pesado y potente.
Algunas anécdotas
En cierta ocasión nos habíamos propuesto llegar a Budapest. Nada más salir de Málaga, observé que uno de los neumáticos de la caravana perdía aire, así que cada tarde tenía que comprobar la presión y dejarlo listo para el día siguiente. A medida que iban pasando los días, las pérdidas eran más considerables, y tenía que utilizar el inflador de ruedas cada vez con mayor frecuencia. Así, tras atravesar España, Francia, Suiza y Austria, llegamos a Budapest. Cuatro o cinco días más tarde, después de haber pateado a fondo Buda y Pest (preciosas, por cierto), nos pusimos de nuevo en marcha con intención de hacer noche en la ciudad austriaca de Graz. No habíamos recorrido aún muchos kilómetros cuando, preocupado por la rueda, me detuve en el arcén para comprobar la presión… ¡y descubrí que el neumático tenía clavado un tornillo! Habíamos cruzado media Europa con una rueda pinchada.
En otra ocasión estábamos en el sur de Italia. Habíamos llegado hasta allí para ver Nápoles, el Vesubio y las ruinas de Pompeya. Nuestra guía de campings recomendaba uno llamado Vulcano Solfatara, que estaba en el pueblo de Pozzuoli. Hacia allí nos dirigimos. Llegamos cuando estaba anocheciendo. Nos instalamos y, siendo ya noche cerrada, nos sentamos a cenar. El camping era cómodo y agradable pero, durante la cena, nos llegó un intenso olor a azufre. Cambió el viento y el olor desapareció, pero, poco después, volvió con una intensidad aún mayor. Nos dormimos bastante intrigados.
A la mañana siguiente, la luz del sol nos permitió resolver el misterio: el camping estaba situado dentro del enorme cráter de un volcán activo, con sus fumarolas y todo. Los campistas teníamos la ventaja de poder visitar gratis el volcán (a los no campistas se les cobraba la entrada).
No te culpo si crees que te estoy tomando el pelo. En tu lugar, yo también lo creería. Pero puedes salir de dudas fácilmente: te sugiero que busques en Google camping Vulcano Solfatara.
El año siguiente, después de haber cruzado España, Francia y Alemania, llegamos a Praga. Teníamos la intención de pasar allí varios días y el camping del que teníamos referencias en la propia ciudad estaba abarrotado y no resultaba agradable, así que nos encaminamos a otro situado a orillas del Moldava, a unos 40 km. de distancia. Ubicado en un bonito paraje, estaba ocupado principalmente por checos que pasaban allí sus vacaciones de verano (los campings situados lejos de los principales focos de atracción turística y de las carreteras importantes suelen ser, lógicamente, poco visitados por los extranjeros). Allí acampamos y desde allí, cada día, íbamos a Praga. Pero tuvimos que superar una dificultad: la barrera del idioma, que resultó ser más elevada en ese lugar que en otros. El camping estaba atendido por un señor de edad avanzada, que no hablaba ni una palabra de inglés ni de francés. Parecía no hablar otro idioma que el checo. Ya estaba yo pensando que iba a ser completamente imposible entenderse con él cuando entró en escena una amable turista que nos dijo, en inglés, que el viejo hablaba también alemán, que era su lengua (la de ella), y se ofreció para hacer de intérprete. Así que yo, mal que bien, me dirigía en inglés a la señora, que traducía mis palabras al alemán. El viejo se concentraba para traducir mentalmente al checo y contestar en alemán. Su respuesta era traducida al inglés y yo la comentaba en español con mi mujer. Y vuelta a empezar. Menos mal que no hablábamos de filosofía. Al despedirse de nosotros, la señora hizo un resumen de la situación: claro, dijo, no podíais entenderos con el viejo porque él habla sólo checo y alemán y vosotros sólo inglés e italiano.
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Enviado por FaLashA el Jueves, 01 de Enero de 1970 a las 01:33:26 (29978 Lecturas)[ Administración ]
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