El viaje comenzó el 3 de agosto de 2000 en el aeropuerto de Barajas con dirección a Miami. Allí haríamos escala para seguir camino de Lima, aunque decidimos quedarnos tres largos días. La sensación extraída de esta ciudad fue tan penosa que no merece ni una línea, ni un minuto de esfuerzo, en contar lo que ví. Mi verdadero viaje comenzaba el 7 de agosto en el aeropuerto de Lima.
8 de agosto. Lima.
Llegamos de madrugada al aeropuerto de Lima después de un viaje de cinco horas desde Miami. Menos mal que llevábamos reservada una habitación en la ciudad -lo único planificado desde España-. Los limeños nos \'asaltaron\' ya en la terminal \'vendiéndonos\' todo tipo de opciones de alojamiento, excursiones, medios de transporte... Rápidamente nos despertamos del sueño y tuvimos que poner a funcionar nuestros reflejos. Tomamos una combi que nos llevó al barrio de Miraflores, una gran extensión donde se ubican los mejores hoteles y la zona más rica de Lima. Pero para llegar allí pasamos antes por una zona de casas destrozadas, de chabolas, es decir por la realidad de una ciudad que respira pobreza.
El día estaba muy nublado, como la mayoría en Lima, donde la contaminación hace casi imposible ver y disfrutar de los rayos de sol. En Miraflores nos empezamos a dar cuenta, y de qué manera, de las grandes diferencias que separan los dos mundos: el de los ricos y el de los pobres. Los coches que se ven en el centro de la ciudad nada tienen que ver con los ostentosos vehículos que transitan por las zonas ricas. Un auténtico paraíso para los amantes de los vehículos de lujo.
Dejamos las mochilas en el Palace Hotel y, tras la bienvenida con un pisco sauer (un cóctel de color blanco), nos dirigimos al centro de esa caótica ciudad. Ya habría tiempo para dormir. De nuevo, la contaminación, el laberíntico tráfico y los \'pirañitas\' desvalijando a un ejecutivo. Todo ello nos impidió sentirnos excesivamente cómodos en esa ciudad. Una pena, porque seguramente había más cosas que ver de lo que vimos, como por ejemplo el Museo del Oro.
Coger un taxi, por cierto totalmente destartalado y más cercano al desguace que a la circulación, resulta todo una odisea. La única distinción es una pegatina de color rosa en el salpicadero del coche, algo que te hace dudar de la legalidad de cualquiera de ellos. En los hoteles, en el propio aeropuerto y en las oficinas de turismo te previenen de los dobles fondos que algunos taxis tienen en sus maleteros. ¡Mucho ojo!
Paseamos por la Plaza de Armas (o sea la plaza mayor), entramos en la catedral, donde está enterrado Francisco Pizarro. Nos acercamos al cauce del río Rimac, y cual fue nuestra sorpresa que el agua era totalmente marrón. Repugnante. Queríamos subir hasta el cerro donde se encuentra un santo que no recuerdo su nombre y la responsable de la oficina de turismo nos convidó a desechar la idea. La seguridad, y más si se es turista, no está garantizada. Obviamente no contravenimos las sugerencias.
Muchas mujeres policías ocupan los pedestales diseminados por las calles para dirigir el tráfico. Se supone que ellas son más inflexibles con las infracciones. Unas infracciones que, por otra parte, son incontables o deberían serlo. Ningún coche respeta ninguna señal. Incluso por la noche resulta más seguro saltarse un semáforo que pararse en él. Si un carril es para que circule un solo coche, lo pueden ocupar tranquilamente dos. Los intermitentes se sustituyen por las bocinas. No hay casi semáforos y sí muchas glorietas. Realmente no nos movimos mucho de los alrededores de la Plaza de Armas. Comimos en sus inmediaciones y allí nos adentramos en una oficina de turismo para comprar el billete de regreso de Cuzco a Lima. Era lo único que no podíamos dejar a la improvisación. Más vueltas por la ciudad y al hotel, donde cenamos el menú del viajero. Realmente el único peligro que se respira en todo Perú es precisamente en Lima.
9 de agosto. Lima-Pisco.
Habíamos reservado en una agencia de viajes una \'combi\' con chófer, lo más barato, práctico y seguro para viajar por Perú. Coco, nuestro conductor-guía, nos estaba esperando muy temprano a la puerta del hotel. Un chico muy joven, 22 años, con mujer y dos hijos de corta edad. La salida de Lima fue todo un espectáculo de ‘pueblos jóvenes’, barriadas y barriadas de chabolas sostenidas en las laderas de las montañas, surgidos en la década de los años 50 que se multiplicaron en oleadas en las décadas siguientes, debido a la llegada masiva de gente procedente de zonas rurales. Construyen sus viviendas provisionales con la estera de caña. La mayoría de las viviendas ellas están sin concluir para pagar menos impuestos y así permanecen años.
La niebla ya nos dio muestras de que sería nuestra compañera de viaje durante toda la costa del Pacífico. Tomamos la Panamericana desde Lima hacia el sur (los primeros 150 kilómetros son autovía). A 30 kilómetros de Lima se encuentran las ruinas de Pachacamac, donde se sitúa un Templo del Sol bastante bien conservado, que servía al inca para tener a sus mujeres, que educaba desde los seis años para que le sirvieran. Desde allí, los esclavos corrían, a relevos, hasta el centro del país llevando mensajes y pescado. Visitamos el museo de Julio Tello, donde pudimos hacernos la primera idea del paso de las culturas (Paracas, Nazca, Inca). Enterraban en fardos funerarios a sus muertos, con las piernas dobladas y envueltos en un sin fin de telas, siempre de cara al sol. Vimos las primeras llamas negras y al perro limeño, un animal de aspecto muy feo. Comimos en un bar de carretera y descubrimos la Inca Kola (una gaseosa, como ellos llaman a los refrescos, de color amarillo y sabor más que dulce) y recuperamos la Mirinda. Mi primer acercamiento a la gastronomía del país fue el rocoto.
Seguimos dirección Pisco, una ciudad de pequeño tamaño con innumerables puestos de venta ambulante por todos los rincones. Reservamos una habitación triple en el Hotel el Regidor (unas 5.000 pesetas de hace cinco años y con yacuzzi). Como todavía era de día (en invierno amanece a las 6 más o menos de la mañana y anochece sobre las 17 horas), nos acercamos hasta la reserva de Paracas, a muy pocos minutos en coche de Pisco, para pasear por esa impresionante extensión desértica junto al Pacífico. De allí saldríamos al día siguiente para ver las Islas Ballestas. Pasamos, previo pago, a la reserva, una enorme extensión de desierto de arena. La carretera de acceso a la playa está construida con la sal del mar. Bajamos hasta la ‘catedral’ y pudimos ver nutrias. Pisco se localiza en una amplia bahía, al abrigo de los vientos \'paracas\'.
Ya de regreso a Pisco y tras pasar por el hotel, y sortear alguna que otra cucaracha americana, comimos por primera vez ceviche en el restaurante Catamarán –las comidas son muy abundantes y a precios muy asequibles- y unas copas en un bar de madera en la calle Comercio 107, muy curioso. Contravenimos las dos primeras sugerencias: no comer pisco y no beber nada con hielo, pero aquí sigo.
10 de agosto. Pisco-Nazca.
Nos levantamos a las 6.30 de la mañana. Nuestro destino era salir de Pisco hacia la Reserva Nacional de Paracas para visitar las Islas Ballestas. Esta reserva está situada en el territorio de las provincias de Pisco e Ica, pertenecientes al departamento de Ica. Presenta una extensión de 117.406 hectáreas terrestres, que incluyen la isla de San Gallán, y 217.594 hectáreas marinas. Cuenta con una vegetación característica de clima desértico. Predominan los lobos marinos, los gatos marinos, los pingüinos y muchas especies de cangrejos y aves, especialmente pelícanos. Las aves carroñeras están encabezadas por el majestuoso cóndor. Este área protegida albergó una milenaria cultura, famosa por sus tejidos multicolores y cerámicas, conocida como cultura de Paracas. El guano fue durante años un importante recurso económico para la exportación.
En el embarcadero del hotel de Paracas (un lujo para la vista y el bolsillo) se toma una motora que te lleva después de una media hora a ver las islas repletas, repletas, de focas, leones marinos, pingüinos y miles de aves, que depositan su güano en las rocas. Los delfines nos acompañaron durante todo el paseo. El ruido de los leones marinos resulta ensordecedor, pero la vista impactante. En el trayecto se observa la misteriosa figura del Candelabro, que sólo puede verse desde el mar. Un montón de fotos a las focas y de vuelta. Con el agua en la cara durante todo el trayecto regresamos a Paracas, donde nos esperaba Coco para coger de nuevo la Panamericana dirección Ica.
La cadena montañosa costanera, que sigue aproximadamente el trazado de la costa, tiene elevaciones discretas, culminando en el cerro Criterión, a 1.200 metros junto a otras altitudes aisladas como el Morro Quemado. El relieve se dispone de modo simple como una rampa descendente hacia el mar. La sequedad del clima es tal que domina los desiertos en formas de pampas.
Llegamos a la hora de comer a Ica, una ciudad de mayor tamaño que Pisco, con mucho movimiento de gente, de tráfico y carteles publicitarios. Visitamos el Museo Antropológico de Ica, un recorrido por las culturas preincas e incas, con momias, calaveras, fardos funerarios. En el exterior se puede ver una reproducción de las líneas de Nazca. A pocos kilómetros de Ica se encuentra el magnífico paisaje de dunas: el ‘desierto de América’, Huacachina. Montañas de arena y un oasis de agua dulce. La gente sube por las dunas y se desliza como si esquiaran. Sirven de contraste con la aridez general los valles de los ríos Ica y Pisco, y de menor importancia los del Chincha y Grande
De nuevo a la combi. En el recorrido, la policía, apostada en la nada del desierto, nos paró cinco veces para recaudar unas cuantas monedas, cigarrillos o refrescos. Cualquier cosa. Son conocidos como los tragamonedas. Su sueldo es tan bajo y están tan aburridos en pleno desierto... Te pueden decir desde que tienes la mitad de la combi con los cristales tintados y el resto no, y eso para ellos estaba prohibido, o que llevabas las ventanillas para abajo. Cualquier excusa es buena para reclamarte dinero. Ahí nos dimos cuenta del acierto de contratar un chófer como guía.
Las pintadas en las casas o tapias de todo el recorrido eran un reclamo publicitario de Toledo o de cualquier otro aspirante a gobernar la República. Atravesamos el Valle de Jauja, Riogrande y Sacramento. Lugares minúsculos con muchos puestos de naranjas y mandarinas. Dos horas de viaje por el desierto que cruza la Panamericana y llegamos a Nazca con mucha expectación.
La ciudad es mundialmente famosa por haber acogido en su territorio a la llamada cultura Nazca, una cultura preincaica cuyo máximo apogeo se produjo entre los siglos II a.C. y VI d.C, Destacó por su cerámica de figuras simbólicas y estilizadas, en la que el colorido domina al dibujo, por lo que es considerada la mejor cerámica pictórica de la América precolombina. También son importantes los acueductos subterráneos y las figuras, denominadas líneas de Nazca, que sólo son apreciables desde el aire. Supuestamente estas figuras constituyen un importante calendario agrícola que aún no ha sido posible descifrar.
Son una serie de figuras artísticas de dimensiones gigantes y formas perfectas, situadas en las áridas estribaciones de la cordillera de los Andes, que miran hacia el cielo a lo largo de cientos de metros. Fueron excavadas en la llanura rocosa y sin agua de Nazca hace más de 1.000 años por una cultura, anterior al poderoso Imperio inca, llamada Nazca, que vivió en esta región entre los años 100 y 800 de nuestra era. Se extienden por unos 500 km2 de pampa. Fueron descubiertas por el arqueólogo Paul Kosok.
Las figuras, que el hombre moderno no vio hasta que un aviador peruano las redescubrió en 1927, representan enormes aves, flores, lagartos y otras criaturas importantes para aquella antigua civilización. Estos seres están entrelazados y mezclados con enormes rectángulos y explosiones de estrellas de líneas perfectas, cuyo centro de emisión se sitúa en puntos centrales y va hasta las colinas cercanas. No se sabe cómo, ni porqué, se construyeron, lo que constituye uno de los misterios más grandes de la arqueología moderna.
En los últimos años, los análisis científicos que se han llevado a cabo sobre las enigmáticas líneas de Nazca han permitido dejar de lado las especulaciones sobre sus orígenes. Algunas de las propuestas más fantásticas se han descartado, como la que defendía que las líneas eran pistas de aterrizaje y de despegue para las naves extraterrestres u otra que afirmaba que eran gigantescos planos de instalaciones textiles trazados en el suelo.
Una de las primeras personas en estudiar estas líneas, María Reich, estableció una teoría, según la cual, las líneas ayudaban a las tribus antiguas a estudiar las estrellas y a predecir las estaciones. Sin embargo, análisis realizados por ordenador han demostrado que no existe una correlación consistente con la posición del Sol ni de las estrellas.
Los antropólogos han recurrido a los pueblos indígenas de la Cordillera de los Andes para intentar descubrir la función original de las líneas. La cultura de algunos grupos modernos incorpora tanto prácticas y creencias precristianas como actuales. Se siguen practicando algunos rituales antiguos, como el culto a las deidades del agua y de las montañas.
También se dice que pudieran ser construidas como altares y lugares de peregrinación, como parte de un complejo ritual que conectaría la vida diaria con el flujo de las aguas subterráneas. Quizá nunca se sepa la relación exacta entre estas líneas y los fenómenos naturales, ya que quedan pocas pruebas de presencia humana cerca de ellas. Estas líneas y jeroglíficos fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad en 1994.
Directamente nos trasladamos al mini aeropuerto para sobrevolar las líneas. Tras declarar nuestro peso y pagar los derechos de uso del aeropuerto, conocimos a Martín, nuestro piloto de la avioneta. Desde el aire, las líneas no se ven nítidas, al menos al principio, porque hay excesivas líneas en todo el terreno. Pero, poco a poco, la vista se va agudizando y ya resulta muy fácil distinguir el mono, el águila, el extraterrestre… El piloto marca cada línea con el ala de la avioneta y gira 360 grados sobre ese punto. Vislumbramos al fondo la Panamericana y un paisaje árido con montañas peladas. Tras 30 escasos minutos de paseo aéreo aterrizamos. Impresionante es la palabra que mejor define la vista.
Coco nos animó a que visitáramos el cementerio de Chauchilla, un cementerio del periodo Nazca inicial, en el que aún se conservan un montón de tumbas abiertas con momias de pelo y uñas largísimas y sentadas, como era preceptivo, mirando hacia el sol. Se podía adivinar a qué clan pertenecía por el ajuar y por el tamaño de las tumbas.
Volvimos a Nazca, una ciudad de unos 40.000 habitantes, a 444 kilómetros al sur de Lima y a 588 metros de altitud. Tras visitar tres hoteles nos decantamos por el Hostal Don Agucho ***, un precioso hotelito de planta baja, con una especie de apartamentitos encantadores y con jardines de cactus. En Perú hay restaurantes que se llaman Chifa, una mezcla de comida peruana y japonesa, bastante caros. Después de cenar nos dirigimos al bar el Portón para ver un concierto de música tradicional peruana. Invitamos a Coco a unas copas y pudimos conocer algo más de su vida y de la forma de vivir de los peruanos a los que no les sobra el dinero.
11 de agosto. Nazca-Arequipa.
Por delante nos esperaba un viajecito de entre ocho y diez horas por la interminable Panamerica. El paisaje era monótono. Y es que la carretera discurre de forma llana por una zona desértica, sólo rota por los valles de ríos con grandes cauces pero totalmente secos en época estival que desembocan en el Pacífico. Eso sí, hicimos paradas en lugares paradisíacos, como el Puerto Inca, por una pista muy empinada hasta el Pacífico. Por esa zona, los peajes en la Panamericana son constantes, a modo de aranceles para atravesar por las proximidades de una localidad. Las casas de paja se suceden a ambos lados de la carretera. Allí se alojan los campesinos que llegan de zonas del interior del país. Cuando encuentran un trabajo piden a la municipalidad que les proporcionen una casa en condiciones.
La última ciudad que atravesamos antes de llegar a Arequipa fue Camaná, con una catedral mega moderna. Comimos en el restaurante El trujillano. Abandonada la Panamerica y a unos 18 kilómetros de Camaná comenzamos la ascensión hasta los 2.350 metros de altitud de Arequipa. El último tramo de la carretera es muy accidentado.
Llegamos por fin a Arequipa. Ahí nos quedaríamos cuatro días porque queríamos conocer a la familia de una de mis mejores amigas. Nos despedimos de Coco. Arequipa es la segunda ciudad en número de habitantes de Perú y se sitúa a unos 1.800 kilómetros de Lima. El clima de Arequipa es suave y seco. La ciudad se asienta en un hermoso valle rodeado de picachos, aunque en realidad son enormes montañas. Entre ellas se encuentra El Misti, un volcán coronado de nieve que tiene una altura de 5.822 m. A pesar de no ser el volcán más alto de la ciudad, es el símbolo de Arequipa por su cono casi perfecto. Se puede observar desde cualquier punto de la ciudad.
También está el Chachani (6.975 metros) y el Pichu Pichu (5.554 metros). Fue fundada en 1540 por el conquistador español Francisco Pizarro. En 1868, la ciudad fue prácticamente destruida por un terremoto, por lo que fue totalmente reconstruida. No fue el único, el último pasó tan sólo hace dos años y volvió a destruir un buen número de casas y tocó al convento de Santa Catalina.
A mitad de camino entre la costa y la sierra, los arequipeños se consideran arequipeños no peruanos. Arequipa es a Perú, como Cataluña a España. Nos despedimos de Coco, que tras tomarse una cerveza en casa de Catia, regresaba él sólo a Lima. Vaya palizón le esperaba.
12, 13 y 14 de agosto. Arequipa.
Ciudad colonial y muy acogedora. Se la conoce como la ciudad blanca, por el color de la piedra de las casas, de origen volcánico. Es una zona de alto riesgo de sismos y en todos los lugares están expuestas las recomendaciones para los casos de terremotos. De hecho, todos los días del año se producen pequeños temblores imperceptibles. Allí nació el escritor Vargas Llosa.
El primer día visitamos el centro de la ciudad. Y cómo no, la Plaza de Armas, con su bonita catedral y sus dos torres. En los lugares públicos, incluido casi todos los bares, ya estaba prohibido fumar en el año 2000. Eso sí, si les pides un cenicero a los camareros no te lo niegan. Los taxis son una ganga si negocias el precio antes de subirte. Eran las fiestas de Arequipa y como estábamos en familia nos fuimos con Catia, su hermana y sus sobrinos a un encuentro internacional de tunas. El espectáculo resultó aburridísimo, pero al mismo tiempo nos echamos unas risas… Probamos los anticuchos (pinchos de corazón de ternera).
Al día siguiente fuimos a una de las cientos de agencias de viajes que se abren en la ciudad para comprar los billetes de autocar y reservar los hoteles para la siguiente parte del viaje. Después visitamos el centro artesano Fundo el Fierro, un mercadillo con tiendas y puestos relativamente baratos. El regateo es requisito imprescindible y los productos que venden de artesanía difieren en algo de los del resto del recorrido por Perú.
Por la noche fuimos a un concierto de tecno*****bia en el recinto ferial de la Cerveza. Miles de personas se daban cita allí. Tuvimos que pasar hasta tres controles, donde te cacheaban para impedir que metieras bebidas u objetos punzantes. El año anterior había habido altercados y una personas había muerto. No me extraña, la manera de beber compulsiva que tienen no es para menos. Amontonan los vasos de chachis uno encima de otro y los exhiben como trofeos, como si se ganaran un premio por ser el más bebedor.
El concierto era aburridísimo. Todos los grupos eran sacados de los años 60, con sus trajes impolutos, de colores pasteles, movidos con la misma cadencia y en el mismo sentido. El artista final, Ráfaga, era el más esperado y los peruanos coreaban sus canciones. Su luna, luna, luna, llegaría más tarde a España. Ir al servicio se convertía en una odisea. Los empujones para entrar y salir eran constantes. Y allí estábamos nosotros intentado salir del servicio. A la salida fue materialmente imposible coger un taxi, así que anduvimos y anduvimos hasta que lo logramos.
No nos podíamos ir de Arequipa sin visitar el convento de Santa Catalina, un edificio de estilo auténticamente español, colonial. Muy bonito por su colorido azul, naranja, blanco. El barrio en el que la familia de Catia vive es residencial, aunque está muy próximo al centro de la ciudad. Está cerca del mirador de… un nombre muy raro que no recuerdo, pero que es muy interesante por la vista que tiene sobre toda la ciudad.
Teníamos pensado visitar el impresionante Cañón del Colca, para ver el Mirador del Cóndor, donde se puede contemplar el espectacular vuelo del cóndor, pero no pudimos. Como agradecimiento a la hospitalidad de la familia de Catia les invitamos a comer en una picantería, llamada Tradición Arequipeña en la calle Comandante Ganga 112. Sé que hay uno en el centro, pero es mucho mejor al que fuimos nosotros que estaba en un barrio. La comida resultó una ganga, menos de 10.000 pesetas para 15 personas, y nos pusimos finos de comida.
15 de agosto. Arequipa-Puno.
La estancia en Arequipa estaba a punto de tocar a su fin. Toda, pero toda, la familia nos acompañó a la estación de autobuses. Serían las 18.00 horas y nos esperaban doce horas de viaje de Arequipa a Puno. En la calle hacía una temperatura inmejorable. Después de ‘facturar’ las mochilas pasamos al anden y nos sumergimos en el trasiego de pasajeros.
Se puede elegir entre avión, tren o autocar. Nosotros elegimos el autocar, porque el tren no salía el día que nosotros necesitamos. Y dentro de la opción autocar las hay para turistas y para indígenas. Nosotros sin saberlo elegimos la de indígenas. Así que si queréis juntaros con los indígenas, con la auténtica gente, éste será el mejor. Una experiencia inolvidable. Tuvimos que esperar a que en la parte de arriba del autocar subieran el equipaje, un somier de una cama, una carretilla, un armario… Ya no quise mirar más porque pensé que nuestras mochilas iban allí arriba e iban a terminar aplastadas.
Los indígenas, ante nuestro asombro, subían cargados con mantas, jerseys gordos, gorros. Pero, ¡si yo iba en manga corta! A mitad de viaje comprendimos el por qué. Los cristales del autocar estaban totalmente rajados por lo que el frío era indescriptible. El viaje se hace todo el tiempo de noche, en invierno y a alturas cercanas a los 4.000 metros. Una indígena ocupaba el asiento contiguo al de mi hermana, pero entre sus piernas se colocó su hija, de unos 16 años, que pretendía ir todo el viaje en esa postura. Repito 12 horas. No tenía dinero para pagar el pasaje y esa era su única opción. Mi hermana le dijo que por qué no iba a sentarse a la parte de atrás, y en un descuido del conductor se fue a los asientos traseros.
Nuestros asientos eran los primeros, así que tuvimos la oportunidad de ver todas y cada una de las irregularidades que cometía el conductor del autocar, ataviado con gorro, guantes, un plumas y mantas que le cubrían todo el cuerpo. La niebla se hizo totalmente densa y él prefería circular por el carril de la izquierda, ajeno a la posibilidad de encontrarnos con vehículos enfrente. Le daba igual. Los precipicios que se vislumbraban a izquierda y derecha de la carretera no parecían darle miedo, pero a mí sí. Cada cierto tiempo, el conductor, que hablaba preferentemente en quechua, le gritaba a su ayudante que mirara las llantas del autocar. El ayudante, con medio cuerpo fuera del vehículo, le devolvía los gritos asegurando que las ruedas estaban en su sitio; de momento. No era rara la pregunta, ya que las cunetas eran verdaderos cementerios de llantas.
Para llegar a Puno hay dos opciones: por un camino sin asfaltar que se tarda 12 horas o por una carretera ‘asfaltada’ que también se tarda 12 horas. Preferimos la ‘asfaltada’ y no puedo imaginarme cómo era el camino. El paso obligado por una báscula indicaba que el autocar iba sobrecargado, así que paró, se apeó y bajó algo del maletero del techo y allí lo dejó. Rezamos para que no fueran nuestras mochilas, ja ja.
El frío era tan intenso y el miedo a caer por un barranco tan real, que nos impidió dormir. El autocar se iba llenando a medida que pasábamos por pueblos, poblachos o aldeas, en definitiva por conjuntos de casas sin nombre. El ayudante, de nuevo con medio cuerpo fuera del autocar, gritaba a los peruanos que se disponían en las cunetas que nuestro destino era Puno. “Puno, Puno, Puno”, gritaba sin cesar. El autocar tan sólo disminuía la marcha, pero no llegaba a detenerse mientras los pasajeros subían. Como la luz dentro del vehículo era inexistente, a un indígena le debieron parecer cómodas las piernas de Alberto y allí se quedó sentado hasta que Alberto le dijo que se fuera para atrás.
Comenzó a amanecer justo cuando estábamos en las inmediaciones del lago Titicaca. La vista fue impresionante, ese azul del lago competía con el azul del cielo. El viaje estaba a punto de concluir, lo que me dio un poco de vida.
Aún así, no sé si por el mal viaje o por la altura o por no dormir en toda la noche, me estallaba la cabeza. Los síntomas habituales del soroche son cefaleas, aumento del ritmo de la respiración, trastornos del sueño, y algunas veces náuseas. Pero no hay que asustarse. Estos síntomas aparecen sólo en un 20% de las personas que ascienden en menos de un día a una altitud superior a 2.400 m del nivel del mar. Pero, me tocó a mí. A mi hermana y a Alberto no les afectó en absoluto. En definitiva, un viaje muy divertido de contar y de recordar, pero una pesadilla de vivir.
Llegamos a Puno y, como ocurriera en Lima, las personas que aguardaban la llegada del autocar nos ‘asaltaron’ con sus folletos, sus indicaciones y sus ‘sugerencias’ sobre el mejor hotel, el mejor restaurante, la mejor barcaza para llegar a Taquile.
16 de agosto. Puno.
Al final cogimos un hotel que estaba justo enfrente de la estación del tren. 8.000 pesetas habitación triple. Puno no tiene nada más que ver si no fuera porque es una de las entradas al lago Titicaca. El lago está a nada más y nada menos que 3.810 m de altitud y tiene la friolera extensión de 8.300 km2, lo que le convierte en el lago más grande del subcontinente y el lago navegable de más altura del mundo para barcos de cualquier calado. De hecho, en la parte más profunda puede llegar a medir 350 metros. Se encuentra rodeado por las altas *****bres. Tiene forma rectangular y posee unas costas en general recortadas, si bien en algunos sectores se escalonan en terrazas.
Las aguas del Titicaca se encuentran dividas entre Perú y Bolivia. Cuenta con 36 islas (la mayoría de ellas habitadas), varias penínsulas, bahías, cabos y estrechos. Las principales islas en la parte peruana son Esteves, Taquile y Amantan, mientras que en la boliviana destacan por su tamaño la isla del Sol y la de Luna.
De la flora del lago sobresale, sin lugar a dudas, la abundante presencia en sus márgenes de la totora, un tipo de junco que los habitantes del lago utilizan prácticamente para todo: construcción de canoas (denominadas caballitos de totora) y viviendas, elaboración de utensilios o alimentación del ganado. Así, por ejemplo, los uros son un pueblo que vive en islas flotantes, hechas de totora trenzada. Incluso, nos comentaron, que un barco de totora llegó a surcar el Atlántico. Será verdad, pero viendo lo inestable de esas embarcaciones resulta difícil de creer.
Pese a las adversas condiciones climatológicas del Altiplano, la presencia humana en las islas y riberas del lago se ha visto favorecida por el benigno microclima que en él se da, fruto de la humedad que genera la elevada evaporación de la masa de agua del Titicaca. En la zona del Altiplano existen restos arqueológicos de la época preincaica, pertenecientes a la civilización de Tiahuanaco. La leyenda sobre el origen de los incas narra que el mítico soberano Manco Cápac I emergió de las profundidades del lago Titicaca para fundar Cuzco, la capital del imperio.
Tomamos sobre las 7 de la mañana una barquita para ver la Isla flotantes de los Uros y Taquile. El ritmo de la pequeña barca era lento, muy lento. Creo que tardamos unas tres horas en llegar a Taquile, pero era tan divertido, que daba igual. Muchos éramos los turistas de distintos países que nos agolpábamos bien en el interior de la barca, en la parte exterior o incluso en el techo.
La primera parada fue la isla de Uros. Todos abajo y a pisar la totora trenzada. Aunque el guía se empeña en aclararte que viven allí todo el año, lo cierto es que van allí todas las mañanas para vender su artesanía a los turistas. Tan sólo son un reclamo. En cualquier caso, te muestran como vivían y te permite hacer una idea de su dura vida. La isla es minúscula, por lo que la estancia es muy corta. De nuevo, a la barquita.
En función de la embarcación elegida, comes en uno u otro ‘restaurante’ en Taquile. El guía ya se encarga de preguntarte si quieres comer allí arriba
-algo lógico a no ser que te lleves la comida_ y te apunta en una lista.
Al bajar de la barquita se abren los escalones de ascenso al pueblecito. 500 escalones, pero qué 500 escalones. El corazón bombea sin parar. Pensé que se me salía del cuerpo. Los pasos se hacía lentos, dolorosos. Todos los turistas llevábamos un ritmo muy lento, que contrastaba con los ágiles movimientos de los oriundos de Taquile, con un corazón más grande (y no sólo por los sentimientos que tienen, ja ja). Los niños que cada mañana bajan a la espera del maestro se reían, como es su costumbre, de los turistas. Unos catalanes acostumbrados al senderismo, a los que conocimos en el barco, tan sólo iban unos pasos por delante de nosotros.
Cada paso requiere un 40% más de esfuerzo que al nivel del mar, pero el paisaje también es un 40% más impresionante que en cualquier lugar. Hacía frío, pero los escalones mitigaban los rigores invernales. La recompensa a tanto esfuerzo estaba en la puerta de entrada al pueblo. Viven y trabajan en cooperativa, sus casas son de palos, algunas, y de adobe, otras. Se nutren de la energía extraída de paneles solares, y tienen una economía de subsistencia. Los habitantes llevan gorros con los que se distinguen entre casados y solteros (los solteros llevan el gorrito con la punta blanca con su camisa blanca y su fajín). Los hombres visten con trajes muy similares a los catalanes en fiesta, las mujeres faldas superpuestas.
Fueron ellos, los solteros, los que me dieron, a petición mía, unas hojas de coca, que mastiqué y mastiqué sin notar ningún efecto. Creo que no tuve paciencia. El sabor me desagradaba, ya que dejaba un sabor de boca indescriptible. Nos sentamos en el restaurante asignado y como no venían a atendernos yo decidí no comer y darme una vuelta por el pueblo. No había hecho el esfuerzo de los escalones para sentarme en una mesa y no comer.
Llegaba la hora de regresar. Es muy recomendable pasar la noche en Taquile, pero hace frío y te recomiendan saco o similar. Los habitantes te alojan en sus casas y te ofrecen lo que tienen, que es más bien poco. Volvimos a bajar las escaleras irregulares, ante las miradas y risas nuevamente de los niños y niñas. Pese al sol intenso, el frío se dejaba notar.
El cielo se estaba cerrando y amenazaba lluvia. El azul del lago se había vuelto de un gris que asustaba. Ya en el barco y cuando habíamos recorrido muy pocas millas comenzó la inevitable lluvia. Los truenos y relámpagos iluminaban todo el lago. La vista era impresionante si no hubiera sido porque las goteras del barco comenzaron a asustarnos. Una única bombilla nos servía de iluminación. Todos nos tuvimos que agolpar en el interior de la barca –los mismos que en el viaje de ida nos habíamos repartido en el interior, exterior y en el techo-. Ibamos como sardinas en lata, rezando porque el barco no ‘naufragara’ en medio del helado lago.
El granizo hizo su presencia y contrastaba con la luz de los incendios que se contemplaba a lo lejos en las laderas, en varias direcciones. Al fin, después de una parada en medio de la nada para dejar a unos pasajeros que iban a perder de otra forma su correspondencia con Juliaca, llegamos a Puno. Un pequeño incidente con una alcantarilla molesta fue el final de un día que no puedo definirlo como el mejor de mi estancia en Perú.
17 de agosto. Puno-Cuzco
Se instala un ambiente de letargo en la estación de Puno. Nadie va a ninguna parte. Pero la quietud se quiebra con el sonido de los vagones. Vamos camino de Cuzco y la emoción crece a la espera de que el tren eche a andar. Los guardias armados nos recuerdan que Sendero Luminoso actuaba por la zona. Tomamos un tren turístico que tardaba unas 12 horas, pero se me hicieron muy cortas porque el paisaje merecía mucho la pena. Recomendable sentarse, si se va de Puno a Cuzco, en el lado derecho según la marcha del tren porque se contemplan mejor los Andes. El tren, con sus características rayas rojas que abrazan a la amarilla, caminaba dando tumbos. Fue, como lo llamamos, el ‘Maltrato Inca’. La explicación del revisor fue contundente: El suelo en las inmediaciones del lago Titicaca no es excesivamente firme, por lo que las vías se tuercen y flexionan con el peso del tren. Superados los primeros kilómetros, la marcha se endereza.
A escasos minutos nos adentramos en Juliaca, el paraíso de la falsificación. Coches falsificados, etiquetas de bebidas falsificadas… todo es una falsificación. Y como en cualquier lugar que hay mercado, hay fiesta, con el característico sonido de sus instrumentos musicales. Los puestos callejeros se colocaban casi justo encima de las vías. Los pasos a nivel estaban llenos de gente esperando para atravesar las vías, mientras los carricoches y las bicicletas-taxis corrían por las inmediaciones.
El tren era cómodo. El revisor fue el encargado de darnos de comer a un precio relativamente asequible. Ibamos en clase turista y se notaba. Los vagones estaban separados unos de otros, por lo que resultaba un tanto peligroso darse una vuelta por todo el tren. Los enganches de un vagón a otro parecían desmoronarse a cada paso, pero resistieron.
Poco a poco se va ascendiendo a la cima del desfiladero. Los pastos pueden parecer grises y poco atrayentes, pero tienen su belleza. El Urubamba, el río que a muchos kilómetros desemboca en el Amazonas, nos da la bienvenida a mitad de camino. Ya no lo perderíamos de vista, y qué vista. Estamos ya en territorio inca. Por el camino, además de miles de llamas que corrían ajenas a nuestro paso, se podían ver a hombres haciendo ‘adobitos’, adobe para construir casas, gente bebiendo casi alcohol de quemar, pese a que el Gobierno está intentado acabar con esa forma de emborracharse tan mortal. Los vendedores callejeros que esperaban la llegada del tren subían en los vagones para vender su mercancía. Si no, lo hacían desde las ventanillas del tren. Pese a las 12 horas me dio pena llegar a Cuzco.
Allí nos estaban esperando, con un cartelito muy típico, Claudia, la guía, y su padre, Coco (otra vez el nombre Coco con el que designan a los Jorge). Ellos nos llevaron a casa de Jaime donde nos alojaríamos los siguientes días. La vivienda estaba a las afueras de la ciudad y era obligado coger un medio de transporte, principalmente taxis por el precio y la rapidez. Conocimos a toda su familia que contemplaba en la televisión un partido de fútbol entre Perú y Paraguay clasificatorio para el Mundial. Hablamos con ellos, nos sorprendimos con ellos. Jaime estaba casado y tenía dos hijos, niña y niño.
Dormimos en dos habitaciones de la parte superior. Ellos lo harían en la parte de abajo. Ni siquiera teníamos que compartir baño, excepto para ducharnos. Recordatorio: no se puede beber agua del grifo bajo ningún concepto, ni siquiera para lavarse los dientes. Me gustó mucho más dormir ahí que en un hotel. No sólo porque resultó mucho más barato sino porque tuvimos así más contacto con los peruanos-
18 de agosto. Cuzco.
Fuimos al Valle Sagrado a ver las ruinas de Piscac y Ollataytambo. Es la cuna de un imperio que duró, sorprendentemente, poco más de un siglo. Por fin allí se comienza a ver y percibir el sentido de los incas. Una civilización sorprendente, pese a que resulta mucho más atrasada que otras, teniendo en cuenta que cuando vivieron corría ya el siglo XV. El hecho de ir en verano por el Valle Sagrado del Inca hace que los colores, vistos con anterioridad en libros o en postales, no sean los más llamativos, pero con un poco de imaginación el ocre de las montañas y cultivos se vuelven de una intensidad verdosa impresionante. En cada giro de la carretera, un paisaje más bonito, y el Urubamba (río Sagrado) allí presente.
Es una zona fértil situada entre las montañas y la selva. Regada por el río Urubamba se extraen 360 variedades de patata y mucho maíz y cebada. La agricultura no usa muchos avances tecnológicos, sigue haciendo uso de los caballos y mulas para segar. Crían llamas, el animal inca por excelencia. Al fondo del valle, los incas construyeron graneros en lo alto de las montañas para mantener el grano seco.
La falta de oxígeno se nota incluso en la marcha del coche. El combustible quema peor y se ahoga con más facilidad, lo mismo le sucede a las pelotas de tenis, botan más. Pero la marcha lenta era bienvenida. Así teníamos más facilidad para mirar de derecha a izquierda el paisaje, y volver a mirar y recrearnos la vista en las altas y redondeadas montañas. Los habitantes de la zona no sufren el mal de altura, no claro que no, pero sí experimentan el mal de bajura, como lo llaman, cuando llegan a la costa. Es la vida.
Ya llegamos a Pisac. Lo primero una visita al mercado. Hasta el momento el más auténtico que he visto y el que guardo en mi memoria. Frutas de todos los colores, incluso piezas a las que ni siquiera podía poner nombre. Artesanía en cada rincón, jerseys peruanos, instrumentos musicales, plata… Todo estaba allí esperando al turista, o no turista, para dejar sus soles. Los objetos eran muy baratos, al menos con ojos españoles, y el regateo casi de obligado *****plimiento. No tuvimos mucho tiempo para pasear por los puestos callejeros, que se extendían por el suelo en muchos de los casos. Nos esperaba aún un día muy largo y muchas actividades que realizar.
Subimos a las ruinas, al contrario que el resto de turistas, campo a través y fue todo un acierto. Más pesado, sí, pero más bonito. Y allí, arriba, se abrió Pisac, las ruinas, el primer acercamiento real a la cultura inca de todo el viaje.
Pisac, yacimiento arqueológico inca, situado en una colina cercana al actual pueblo del mismo nombre en el Este de la cordillera Vilcabamba. Las ruinas ocupan una extensión superior a los 4 km2 y en ellas se distinguen unos terrenos de cultivo, un palacio, una fortaleza y un cementerio.
Los incas construyeron unos taludes de piedra en forma de terrazas artificiales en la ladera del cerro, que evitaban la erosión y permitían el cultivo. En la cima de la colina se hallaba la residencia del inca, un palacio, con una zona residencial, otra dedicada al culto religioso y una ciudadela defensiva o pucara. Según nos iba contando Coco, nuestro guía, se ha encontrado una importante necrópolis en la que fueron depositadas en oquedades naturales alrededor de cincuenta momias, al parecer de importantes funcionarios incas o de personajes de la realeza. La parte residencial alrededor del palacio está compuesta por una serie de edificaciones, peor conservadas, organizadas en dos conjuntos, conocidos como Hurin Pisac y Hanan Pisac. El yacimiento arqueológico de Pisac formó parte, junto a Machu Picchu y Ollantaytambo, de un conjunto de majestuosas ciudades-fortaleza enclavadas en el que se llama el Valle Sagrado de los Incas.
Concluida nuestra visita y tras cruzarnos con todos los turistas que subían por el sitio que nosotros bajábamos, nos montamos en el coche en dirección a Calca, donde una enorme escultura de un puma da la bienvenida a la pequeña localidad. Por el camino nos habíamos encontrado numerosas muestras de que por la zona se vende ‘chicha’, una bebida alcohólica de color medio granate, medio morado, que hoy se bebe en abundancia.
Por fin llegamos a Ollantaytambo, antigua ciudad-fortaleza inca, situada en la ladera de un cerro sobre el valle del Urubamba, a unos 70 km al sur de Cuzco. Enclavada a medio camino entre Machu Picchu y la capital, constituye un interesante ejemplo urbanístico del mundo inca. Estaba dividida en cuatro barrios, cada uno de los cuales se volvía a dividir en tres, que a su vez tenían otras particiones menores, conforme a un complejo plano cosmológico. No pudimos verlo, porque sólo se puede hacer desde las montañas enormes de enfrente, pero, según Coco, la ciudad tiene forma de una espiga de trigo.
Fue levantada durante el reinado de Pachacutec Inca Yupanqui (1438-1471). Las grandes urbes incas (Cuzco, Cajamarca, Machu Picchu) eran capitales temporales habitadas solamente por la corte itinerante del soberano inca, quedando abandonadas el resto del tiempo. Esta curiosa costumbre venía impuesta por la necesidad de controlar el enorme territorio del Imperio, que durante el siglo XV se amplió asombrosamente.
Ollantaytambo destaca no sólo por su monumental templo, cerrado por seis impresionantes monolitos de granito, sino también por presentar rastros de ocupación continúa incluso después de que en 1534 tuviera lugar la conquista española de la zona. Y sí que está poblado.
Viven en casas con muros de piedra y tejados de paja. Visten igual que hace cientos de años y hablan el idioma de los incas: el quechua o aymara. Las mujeres de allí usan tintes modernos para avivar los colores pero el método de hilado y tejido no ha cambiado en siglos. Han construido la carretera, ha llegado la electricidad. El mundo exterior los ha encontrado. Y nosotros pudimos comprobar cómo viven. Una niña con la que hablamos en la calle nos invitó a su casa. Tras pasar por un pequeño patio donde su abuelo tejía en un telar, junto al cerdo y al gallo, entramos en una casa con una única bombilla como iluminación. La existencia de un televisor nos sorprendió, más cuando vimos que la ropa estaba apilada en las dos únicas camas que tenía el habitáculo, formado por la cocina y la estancia para dormir. Los cuis, animalitos muy nutritivos, campaban a su anchas por el suelo de arena de la casa. Al fin y al cabo son ellos quienes se encargan de tener perfectamente limpio el suelo. Y cuando llegan las fiestas alguno de ellos va al horno. Exquisito y especiado bocado.
Como ya se estaba haciendo de noche, algo que ocurre sobre las cinco de la tarde, no pudimos acercarnos a otras ruinas. Vaya nos las perdimos, pero de nada hubiera servido ir si no las podíamos ver. Regresamos a Cuzco, nos despedimos de nuestros guías y a cenar. Esta noche por fin probé el cui, y puedo decir que, superadas las reticencias iniciales, es un manjar. Mi hermana se decantó por la llama, carne muy parecida, al menos en aspecto, a la del avestruz. Alberto prefirió pato.
19 de agosto. Cuzco.
Por la mañana la esperada visita a la ciudad. Cuzco fue considerada el centro del culto al sol. Los españoles nada más pisar el suelo de esta maravillosa ciudad dejaron su impronta. Como venganza, en las fiestas se ridiculiza a los españoles con largas narices y con problemas con el alcohol, pero es un hecho que sólo 200 españoles derrotaron al imperio inca. La población es aún eminentemente indígena.
La Plaza de Armas es el centro de la ciudad, con su gran catedral. Los palacios de los mandatarios incas debían de estar alrededor de esa plaza, aunque ahora sólo se conservan las casas de puro estilo colonial. La arquitectura española está perfectamente conservada. Allí es donde los incas celebraban también sus fiestas. Los muros incas han soportado muchos sismos y muchas casas están aún sobre cimientos incas. Anduvimos por las calles aledañas a la Plaza de Armas en busca de la piedra de 12 lados.
Un niño nos acompañó. Era su forma de sacar algunos soles extras que sumar a su trabajo de limpiabotas. Tanta fue su insistencia para limpiarnos los zapatos que al final aceptamos, pese a mis reticencias. El niño se mostraba encantado con la idea de venir a España para ganar dinero limpiando las botas de los ‘ricos’. Le explicamos que no era una buena idea.
Cualquier lugar es bueno para extender puestos callejeros y Cuzco es un ejemplo de ello. Gorros, jerseys de múltiples colores, tapices, figuras incas, ajedreces donde los incas se enfrentan a los españoles, plata, instrumentos musicales, textiles de todo tipo… De todo, está a tu alcance y a precios que te invitan a comprar y comprar para regalar a los amigos. Las mujeres vestidas con sus típicos trajes y acompañadas por llamas sirven de reclamo turístico. Unas monedas, y te permiten sacarles fotografías.
Comimos en una cantina de bonita decoración, pero comida no tan buena. Descubrimos la cerveza cuzqueña. Por la tarde nos esperaba el Koricancha. Los españoles construyeron sus iglesias sobre los templos incas y de ello da buena muestra el Koricancha, un centro de culto al sol. Tardamos bastante tiempo en verlo porque las explicaciones de Coco y Claudia fueron muy extensas. Pero, será cuestión de edad, mi memoria es frágil.
De allí nos dirigimos en coche a las ruinas aledañas de Sacsayhuaman, Kenko y Pucara, a pocos kilómetros de la ciudad. La más impresionante es la primera.
Sacsayhuamán, fortaleza inca, está enclavada sobre un cerro de más de 3.500 m de altitud situado al norte de la ciudad de Cuzco. Desde arriba se contempla la gran extensión de Cuzco. Proyectada por Pachacutec Inca Yupanqui hacia 1440, se avanzó notablemente en su construcción a finales del siglo XV, durante el mandato de Túpac Inca Yupanqui. Se acabó años después, siendo soberano Huayna Cápac. Elevada unos 200 m sobre Cuzco, capital de los incas, sirvió no sólo como defensa de la ciudad, sino incluso como posible refugio ante el asalto de la misma. En 1536, Manco Cápac II se encerró en ella con sus hombres, aunque no pudo evitar la derrota frente a los conquistadores españoles, quienes tomaron la fortaleza tras la huida del inca y usaron sus enormes piedras calizas para la construcción de nuevos edificios en Cuzco. En la actualidad existen numerosos vestigios que muestran claramente la disposición de sus tres murallas paralelas, de hasta 8 m de altura y casi 5 de ancho, así como las terrazas escalonadas situadas entre los bastiones, en las cuales se pueden observar restos de edificios. Destaca el basamento de la torre circular que sirvió como depósito de agua.
Pucara estaba algo más retirada, según recuerdo. Era una fortaleza militar. Kenko era lugar de sacrificios. Aún se conserva una piedra donde se sacrificaban animales e incluso personas para sus ritos. Unos hombres se encargaban, a pie de las ruinas, de leer el futuro en las hojas de coca. El frío que hacía y el viento impidió que la estancia fuera más larga. Esa noche decidimos conocer la marcha de Cuzco y, pese a que la hora de cierre de los bares es temprana, no están nada mal los bares nocturnos próximos a la plaza.
20 de agosto. Cuzco.
No se pierde el tiempo paseando por sus calles. Por el barrio del San Blas. Tras lavar la ropa en una lavandería de las muchas que existen en el centro de la ciudad y enviar e-mails a amigos y familiares, también en los innumerables cibercafés que están abiertos, nos fuimos a pasear de nuevo por Cuzco. Subir y bajar por las empinadas calles del barrio de San Blas. Entramos en la casa del Inca Garcilaso de la Vega y nos perdimos en su historia. Comimos en la misma Plaza de Armas, contemplando la catedral, una parrillada muy abundante que aún recuerdo; y todo por menos de 5.000 pesetas para tres personas. Un lujo.
Era el *****pleaños de Jaime, nuestro anfitrión, y estábamos invitados. Por supuesto no queríamos perdérnoslo. Una comida muy abundante y una tarta de tamaño descomunal fue la sorpresa. Toda la familia junta; hermanos de ella, hermanos de él, la madre de ella, la madre de él. Ellos sentían una gran curiosidad sobre nuestra vida, la misma que nosotros sobre la suya. La noche y la fiesta se prolongó durante horas y más horas. Fue muy divertido y enriquecedor.
21 de agosto. Machu Pichu
La aventura de ese día parte en un tren cremallera que nos alejaría de Cuzco y nos llevaría a un recorrido por el valle Urubamba de unas tres horas de duración justo al lado del río sagrado Urubamba. La línea parte de Cuzco describiendo unos cuantos zig-zag debido a que las laderas de la ciudad (el ombligo del mundo como se la conoció) son muy pendientes. La ciudad se encuentra a 3.300 metros y hay que ascender otros 300 metros para salir de ella. Vamos a tan poca velocidad que los niños tienen tiempo de subir y bajar y recorrer los vagones.
La ciudad desaparece y comienza a verse el ambiente rural. La vegetación cambia de repente y te ves envuelta en plena selva. Y siempre el Urubamba presente. El trayecto discurre por la margen del río, siguiendo su curso serpenteante a través de desfiladeros, cuya pendiente es cada vez más pronunciada. En el kilómetro 88, a la altura de Ollataytambo, muchos viajeros descienden del tren. Ellos harían el resto del viaje andando por el Camino del Inca. Hay varias formas de llegar: la convencional, el tren, y un trayecto a pie de dos días o de cuatro (esta opción incluye a porteadores con bombonas de oxígeno). Para los más adinerados también es posible sobrevolar en helicóptero Machu Pichu y alrededores. Nosotros continuamos, como otros muchos, viaje en el tren.
La última parada es Aguascalientes, un pequeño pueblo que vive del turismo, y se nota. Justo al lado de las vías, te asaltan los vendedores, pero no hay que perder el tiempo. Allí unas furgonetas (perfectamente organizado) te esperan para ascender a la Ciudad Perdida de los Incas, y a flipar. Pero no sólo por lo que espera arriba, sino simplemente por el paisaje que se dibuja mientras se asciende por esos caminos de tierra y polvo zigzageantes. El recorrido dura creo que una media hora. Y arriba, y tras ver por fuera el magnífico hotel que se erige en las inmediaciones de la puerta de entrada, está la impresionante imagen. La que tantas veces hemos visto y que en esos momentos íbamos a pisar.
A 112 kilómetros de Cuzco está una de las grandes ciudades del mundo, una ciudad donde no vive nadie. Es el fuerte inca de Machu Pichu, oculto bajo la vegetación durante cientos de años hasta que un estadounidense dio con él en 1911. Es un lugar increíble. Lo construyeron allí porque el río Sagrado discurre en este punto una curva casi completa alrededor de la montaña. Así, está enclavado en un lugar paradisiaco por sus vistas y su vegetación, monte tropical. Las enormes terrazas que se observan en cualquier dirección no está claro que se crearan para cultivar alimentos para comer o alimentos para cultos sagrados, para las ceremonias. Todos son secretos sin descubrir aún.
Alguno de los muros que se conservan en Machu Pichu son una obra maestra en piedra. Los muros son más anchos en la zona inferior, que actúan como mecanismo antisísmicos. Todas sus construcciones reflejan que están asentados en zona sísmica; lo mismo sucede en el resto del país. Tiene un ambiente de misterio que impregna los edificios y hace que se te erice el vello mientras se camina por las dependencias que parece que han sido abandonadas recientemente.
Nadie sabe a ciencia cierta por qué abandonaron la ciudad tan pronto o por qué la construyeron. La verdad es que gran parte de lo que se ve está restaurado. Cuando se descubrió estaba tapado, muchos de los muros estaban caídos, y luego se reconstruyeron. Los españoles no lo llegaron a descubrir nunca. La prueba es que en Machu Pichu se conserva una piedra ceremonial que marcaba la posición del sol. Es la única construcción circular del complejo, un punto de observación astronómico. Todos los demás que se encontraron en Perú los destruyeron los españoles. Las montañas que rodean Machu Pichu son buenas guardianas de secretos, sólo la niebla de sus *****bres delata la selva tropical que hay tras ellas.
Después de atender las explicaciones del guía, dar vueltas entre las edificaciones, sortear a las llamas que pastaban a sus anchas, nos dirigimos con todo nuestro pesar hacia las furgonetas de regreso a Aguascalientes. Era mi *****pleaños y quería invitarlos a comer. Lo hicimos en una pizzería a orillas del Urubamba. Pasé hasta esa fecha el mejor *****pleaños de mi vida, al menos lo hice en el lugar más paradisiaco del mundo.
No nos quedó más remedio que volver a tomar el tren hacia Cuzco. Aunque se puede dormir arriba o en Aguscalientes, nosotros ya no teníamos días y tuvimos que regresar a Cuzco. Una gran lástima.
22 de agosto. Cuzco-Lima.
El viaje estaba a punto de concluir. Coco y Claudia nos llevaron al aeropuerto de Cuzco, el mismo que veía yo desde mi habitación todas las mañanas cuando, sobre las 5 de la mañana, el sol entraba con fuerza. Nos despedimos de la familia que tan bien nos había acogido y a volar sobre las montañas nevadas de los Andes. Todo un espectáculo de colores y formas. De nuevo en la pesadilla de Lima decidimos ir al hotel y quedarnos en la zona de Miraflores. Nos había salido tan bien el viaje, sin ningún tipo de altercado, que no queríamos arriesgarnos a volver a la jungla. Por tanto, cenamos en uno de los restaurantes de una ‘zona protegida’ antiperuanos de clase baja. De eso se encargaban unos vigilantes con cara de matones que se colocaban a las entradas del recinto. Pero bueno, nosotros habíamos elegido esa zona. Dormimos muy pocas horas y nos dirigimos en taxi al aeropuerto. Habíamos quedado ya con un taxista, por aquello de asegurar, y nos estaba esperando en recepción. Eran las 5 de la madrugada, aún el sol no había hecho acto de presencia y las calles estaban desiertas. Eso hizo que el taxista se saltara todos los semáforos en rojo que nos íbamos encontrando. Ante mi cara de sorpresa, me comentó que en Lima por la noche es más seguro saltarse los semáforos que detenerse. Por supuesto, no le dije nada, él sabrá. En el aeropuerto, entregar en papelito que te dan a la entrada al país y pesadilla de viaje vía Miami, donde haríamos escala para regresar a Madrid. Y ahí se acabó todooooooo…………….
23 de agosto. Lima-Madrid.
Vuelo a Madrid y a aguantar el desfase de horas. Adiós al viaje que hasta ese momento se convirtió en el mejor.
POR MAR PELAEZ
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Enviado por marpe el Jueves, 01 de Enero de 1970 a las 01:33:25 (12194 Lecturas)[ Administración ]
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