Falta poco, muy poco para las 8 de la noche. José Céspedes, antorcha en mano, se apresura para llegar a la Puerta de Montserrate, en la ciudad colonial española de San Cristóbal de la Habana. A lo lejos, tímidamente, las luces más tempranas empiezan a bailar suavemente al son de la brisa nocturna que refresca la ciudad.
No puede demorarse más, y aunque el sudor empieza a empaparle la espalda, y las piernas poco acostumbradas al trote ya hace rato que muestran su enfado, intenta con todas sus fuerzas no ceder al cansancio. Su cabeza no para de repetirle que tiene que cruzar la Puerta antes de la hora fatídica..
En su avance se cruza con un hombre de mediana edad enfrascado con su animal de carga. A gritos, intenta que su mula entre en razón, mas el animal, vago y terco, no atiende los voceríos de su desquiciado amo.
Finalmente José alcanza la muralla y cruza apresuradamente su umbral. Saluda al grupo de guardias que custodian una de las seis puertas de acceso a la ciudad y se echa a un lado para dejar pasar los vecinos que como él alcanzan casi sin aliento la entrada, si bien ninguno es el gordinflón que acababa de ver persuadiendo la bondad de la mula a base de jarabe de palo.
Soldados montando guardia en la Fortaleza de la Cabaña
Cuando inicia el camino hacia casa. impaciente por ver a esposa e hijo, un trueno demoledor ensordece la noche habanera. Conocedor del ritual, no se inmuta. Son las ocho en punto de la tarde y el cañón de la nave capitán ancorada en el puerto ordena el cierre a los accesos de la ciudad. El mando del escuadrón de la puerta llama a firmes. Los soldados obedecen y rápidamente ocupan sus puestos. “Cierren el acceso” es la siguiente orden. Conocedores de una maniobra que han realizado un sin fin de veces, obedecen mecánicamente. El ruido que emite la compuerta certifica el final de la operación. La ciudad indiana se prepara para pasar la noche bajo el manto protector de la muralla.
Está vez ha habido suerte. Quizás otro día tenga que buscarse la vida, como hoy le pasará al hombre de la mula, si no quiere quedarse a merced de piratas, corsarios o ladrones que demasiadas veces merodean por las afuera de ciudad... Por la noche, el cañonazo aísla San Cristóbal de la Habana del resto del mundo. José Céspedes, como cualquier habanero, lo sabe muy bien.
El relato anterior intenta escenificar la influencia que tenía el Cañonazo sobre la población local. Hoy en día, en la fortaleza de San Carlos de la Cabaña se rememora puntualmente el antiguo toque de retreta.
Ceremonia del Cañonazo
La ceremonia, a la cual se puede asistir tras el pago correspondiente de la entrada, empieza unos minutos antes de las nueve de la noche cuando se escucha el sonido de los tambores y una voz clara y fuerte pidiendo “silencio” a los asistentes. Entonces, bajo una arcada de la fortaleza aparece un pelotón de artilleros vestidos al estilo militar del siglo XVIII con casacas y pantalones rojos, pelucas blancas y botas negras, prestos a escenificar este antiguo ritual colonialista
El escuadrón de soldados se dirige decidido hacía el límite de la fortaleza en busca de “la Parca”, el cañón que establece, desde ya hace más de un siglo que las puertas de la muralla que rodeaban a la Villa de San Cristóbal de La Habana cerraban sin remisión a la espera que a las 6 de la mañana siguiente otro cañonazo desautorizase a su homónimo nocturno. Por suerte para los habitantes de la Habana el cañonazo de la madrugada hace años que dejó de dispararse y pueden descansar sin sobresaltos. Tras el disparo, también la bahía quedaba fuera de servicio ya que habilitaban una cadena que iba desde el Castillo de La Punta hasta el del El Morro.
Vista del Castillo del Morro desde el Malecón
Al alcanzar la Parca y tras el repique de tambores, el protagonismo lo centra un soldado que alza la antorcha y tras un breve movimiento de la misma enciende la mecha del cañón. Pasados unos breves segundos la Parca se dispara produciendo un estruendo que aseguran se escucha por toda la Habana.
La historia del cañonazo esconde un suceso curioso. El 18 de septiembre de 1902, el disparo se efectuó 30 minutos después de lo que marca la tradición. Nadie ha podido averiguar cuál fue la causa pero nunca más se demoró ni un segundo. También el cañón tuvo descanso durante los años de la segunda guerra mundial ya que no se quería facilitar la posición a los posibles enemigos del país caribeño.
Anteriormente el toque de queda se realizaba a las ocho de la tarde desde una nave capitán anclada en el puerto. En 1898 se trasladó el lugar del disparo a la fortaleza y se retardó la operación hasta las 9 en punto, pasando a ser la Parca el cañón elegido para realizar este ritual.
Así pues, si estáis en La Habana y escucháis el sonido de un cañonazo, haréis bien en ajustar a las nueve en punto vuestro reloj, ya que La Parca está a la par de los relojes suizos más sofisticados.
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Enviado por brucelee2000 el Miercoles, 22 de Abril de 2009 a las 18:40:20 (3902 Lecturas)[ Administración ]
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